miércoles, 11 de noviembre de 2009

Tantas veces Alfredito


Sí, dieciséis veces parecen muchas. Tantas. Cada una tan censurable como la anterior… ¿y qué? ¿No son acaso mucho más las ocasiones en que el buen Alfredo Bryce Echenique ha llevado el nombre del Perú bien alto?, ¿no son acaso muchas más las horas en que nos hemos deleitado con sus entrevistas?, ¿no son acaso muchas más las lecturas –esas sí muy propias- de placer orgásmico intelectual que nos ha dado el buen Alfredo con sus libros y cuentos?
Entrevisté al escritor en la campaña presidencial del 2006. Me citó en el Bar Inglés del Hotel Country. En una esquina del salón, frente a una copa de sabe Dios qué, a media luz, con sus lentes redondos –mismo John Lenon, pero de marco más grueso-, me esperaba Alfredo Bryce. No le hizo ascos para nada que viniera de un diario popular o “chicha”, como solía pasarme con otros intelectuales. Acabbaa de publicar su libro de ensayos Entre la soledad y el amor, que a decir a verdad, no fue de mi gusto, lo cual no le resta calidad, sino que mis preferencias literarias a veces son algo “huachafas”, y suelo colapsar ante lecturas inteligentes. Quedé con su editor, Germán Coronado, hablar de su libro de ensayos, del cual le hice apenas una pregunta; pues tenía que jalarle la lengua con preguntas políticas. ¡Estábamos en plena campaña pues! La cultura podía esperar unas semanitas. En fin, nos cagamos de risa, y salí con las urgentes ganas de volver a leer Tantas veces Pedro, y convencido de que aquel hombre que tenía al frente era un demócrata. Francamente tenía ganas de zamparme un traguito y quedarme ahí, pero el editor me apuraba, y bien visto el local, una borrachera me llevaría a la bancarrota.
Pero también saqué otra impresión. Alfredo Bryce, pese a su genialidad, era un hombre atacado por años de depresión e inconformismo. Un hombre que ya había hecho lo suyo y le tocaba el turno de descansar. Alguien, que tal Neruda, podría decir “Confieso que he vivido”. Y, en cada momento de su vida, en sus libros y clases en universidades francesas, llevó con gallardía y finísimo humor, el nombre de nuestro país. Y, sin embargo, es así cómo le pagamos.
Es regocijo del hombre mortal ver a los héroes caídos, revolcarnos en sus miserias –nótese el éxito de Magaly Medina-, y es además, un agregado del ser peruano (el ‘homo peruannus’) el ser “mal agradecido”. Hacer leña del árbol caído es nuestra premisa. Hacerlo serrín aún mejor. ¿Es así cómo pagamos a nuestros héroes? Desde luego que sí. Ahora que reviso un poco de historia (Nota aparte: estar desempleado no es del todo malo, da tiempo para cultivarse. Bien decía un personaje de Dos Passos en Manhattan Transfer: “La huelga es la universidad del obrero. Puede estudiar, ir a la biblioteca”. Y sí que se cumple, pues también leí a Dos Pasos desempleado, una lectura que tenía 3 años pendiente); como decía, revistando un poco la historia vemos que el gobierno de Mariano Ignacio Prado declaró traidores a la patria a Miguel Grau, Lizardo Montero, Aurelio García y Manuel Ferreyros, los llamados “Cuatro Ases” de la escuadra peruana. Y se les enjuició como vulgares criminales por no aceptar a un extranjero mercenario al mando de la Marina, luego de que éstos hombres se batieran por el país en el combate del 2 de Mayo y Abtao. Luego, de que se fajaron contra los españoles que querían reconquistarnos, y pusieron en fuga a la imbatible fragata ibérica, La Numancia. ¡Así es como en nuestro país muchas veces se paga a los héroes! ¡Así es cómo hoy le queremos pagar a Alfredo Bryce su invalorable aporte a las letras peruanas!
Con sus defectos y virtudes, el buen Alfredo ya ha ganado su nombre en el Olimpo de las letras nacionales, y latinoamericanas. Y ganado él solito, y eso no está en debate. Si cometió errores, según el mismo INDECOPI que acusó a Nicolás Yerovi de plagiar su propio libro, pues que pague y punto. Pero de nada vale el escarnio.
¡Dieciséis veces!.. bah. La amigdalitis de Tarzán me salvó de los males de amor cientos de veces (para este neófito lector, la mejor de Bryce); Tantas veces Pedro me curó la nostalgia otras cientos de veces; Un mundo para Julius me quitó el mal humor miles de veces; La guía triste de París me…bueno, esa no sé qué me hizo porque me olvidé el libro en la combi, y aún me faltaban unos cuentos, aunque los leídos me hicieron olvidar esas decenas de tortuosos paseos en combi –creo que ese fue su aporte-. ¿Todo eso no cuenta acaso?
La ley es dura, pero es la ley, reza una máxima jurídica. El agradecimiento y la memoria también son duros de reconocer, “pero son” como diría Vallejo. Y como corolario, me quedo una frase final, que “intelectualoidismo PUCP” del Juanito le adjudica al buen Alfredo: “Es mejor ser borracho conocido que alcohólico anónimo”. Salud maestro, Ud. ya hizo mucho más que todos sus críticos. Gracias por ello.


Por Eduardo Abusada Franco