jueves, 15 de octubre de 2009

!Qué la sigan mamando!


Ay Diego, Diego… Qué más se te podía pedir, a ti, al más mortal de los Dioses. Es que pocos entienden qué es ser Maradona. Solo algunos maradonianos confesos imaginamos en noches remotas el peso de tu leyenda. Hace algunos años escribí una carta, cuando dijeron que estabas grave, allá por el 2004 creo. Ayer que te vi más vivo que nunca, la copio de nuevo (es que en realidad, pese al subempleo que va camino al desempleo, no tengo nada más que “postear”):

Pelusa:
Algunos dicen que el fútbol lo inventaron los ingleses, y según me cuentan el primer mundial se jugó en 1930, en Uruguay. Jugó la selección peruana…de invitada por supuesto. Eso dice la historia, pero yo sólo tengo 24 años y no puedo corroborarlo. Si me preguntan sobre la historia del fútbol, tan sólo atinaré a decir que para mí el fútbol comenzó en el 86, en el mundial de México.
Todo empezó cuando estaba en primero de primaria y decidí comprar mi álbum de Editorial Navarrete para cambiar figuritas en el cole. Y ahí estabas tú, gambeteando a un jugador invisible en la portada, parado al costado de un enorme balón lleno de banderitas de todas partes del mundo. Salías ahí con tu imagen rechoncha, algo agarradito, melenudo, con una pancita que curvaba ligeramente las rayas verticales de la diez albiceleste. Apoyado en esas dos piernas de guerrero con la zurda de oro enfilando hacia el toque ideal, el pase preciso que creo que ni tu mismo sabías; sino que como dicen por ahí, te lo dictaba Dios. Y siguiendo ese mandato divino le metiste dos pepas a los británicos como para cobrarles lo de las Malvinas: ¿justicia divina? La mano de Dios cobró factura.
Recuerdo también la figurita que llevaba tu foto. Con la mirada altiva, hasta arrogante con cierto gesto adusto diría yo. Porque valgan verdades siempre fuiste un arrogante. Sería mucho exigirle a mi memoria recordar el número que correspondía a tu lámina, pero eso es lo de menos porque tu número siempre fue el diez. Tanto así que un buen día llegaste a un humilde equipo del sur de Italia, te vestiste de celeste una vez más e hiciste que el Nápoli de tu mano – o más exactamente de tu pie izquierdo- levantara todas las copas que jamás soñó. De esta manera la casaquilla número diez fue retirada de todas las posteriores alineaciones del equipo napolitano para que la memoria de tu juego divino no fuera perturbada por ningún mortal. Y así te convertiste en santo.
Así que en ese año del 86 era imperativo conseguir la figurita de Maradona. Habían otros; Burruchaga; el cabezón Ruggeri; el Pato Filliol, con el Estadio Nacional de Lima de fondo en la lámina. Pero la tuya Diego era la más difícil de conseguir. Una repetida del Pelusa valía por quince del legendario Pasarella por ese entonces. Incluso en el equipo del 90 alineó un tal Monzón que vino al Alianza Lima a calentar banca, pero no salía en el álbum de Navarrete.
Así que con siete años de edad y encandilado por la fantasía de tu solo nombre hice que mi mamá buscara por todo Lima la pelota esa con banderitas de la portada del álbum. No encontramos la misma, sino una parecida; en Polvos Rosados creo. Tuvo que comprar dos balones; otro para mi hermano mayor. Ni que decir de las camisetas, fue otra historia, casi nos matamos por la diez argentina. Todo niño quería ser como tú y llevar la diez. Tuve que ceder ante la progenitura de mi hermano y sus 20 kilos más de peso. Sin embargo, cabe aclarar, que yo siempre jugué mejor.
Aún tengo vivo el recuerdo de aquel año de 1986 como si fuese ayer; con El Pique, la mascota del Mundial, en dibujitos animados y aquel día en que iba con mi madre por la avenida Salaverry en nuestro Toyota Corolla del 82 que pintábamos cada cinco años para que parezca que nos comprábamos carro nuevo. No vi la final, no vi como bailaste a los alemanes; sólo recuerdo la algarabía en la calle, la gente que gritaba y otros que agitaban la bandera albiceleste, yo buscando papeles por todos los rincones del auto para romperlos en trozitos y arrojarlos por la ventanilla del carro como papel picado; y quien lo diría, en pleno Lima las bocinas de los carros al unísono y también en confusión sonaban tratando de corear un AR-GEN-TI-NA.
Ese año de 1986, cuando mi madre me llevaba no recuerdo a dónde por la avenida Salaverry y la radio confirmaba que reclamaste la copa que llevaba tu nombre, comenzó para mí el fútbol.
El resto es historia. Para la Copa del Mundo siguiente mamá no sé si por evitar pleitos o como buena pitonisa del balompié nos compró camisetas alemanas. Yo no me sabía los nombres de los alemanes. Mi hermano escogió y le tocó ser Mathaus, y me dijo que yo debía ser Klinsmann. Era lógico, para ese momento sólo había un Diego.
Llegó el Mundial de Italia y otra vez a comprar mi álbum de Navarrete. Ese año empezaron a salir las figuritas auto adhesivas. Dicen que no hiciste mucho ese año, pero sólo necesitaste de un instante a ritmo de samba para despachar a los brasileros de vuelta a casa. Bastó una sola jugada de tu zurda inmortal que coronó el pájaro Caniggia. Taffarel tendido en el gramado viendo como se inflaban las redes y se les iba la Copa.
Y ahí estabas de vuelta en la final abriendo tu bocota y mandando a todo el estadio Olímpico de Roma a la puta madre que los parió cuando pifiaron tu himno. El mismo estadio que años atrás hiciste delirar. Me saliste patriota Diego. Se me infló el pecho de orgullo sudamericano. Porque nunca te callaste nada y les escupiste a todos sus verdades en la cara. Porque también eras humano, eras hombre y no eras un Dios como algunos creímos. Porque llorabas Diego, y mucho, y tus lágrimas eran sinceras. Porque la gente te hizo creer más de lo que eras y creíste que eras invencible, como lo creí yo cuando pegaba tu figurita en mi álbum. Porque cuando esa enfermera rubicunda se llevaba de la mano al Pelusa en Estados Unidos 94 sabía que ya estabas acabando, que el antidoping dio positivo una vez más, que la dama del polvo blanco te estaba haciendo la marca personal como Reina aquella vez, que se acababa el mito y veíamos una vez más al hombre: al Diego de la Gente. A ese negrito de los potreros de Villa Fiorito es el que quiero ver hoy…por eso no te mueras ahora carajo.
Quiero de vuelta al Diego de la gente, no al que hacía malabares con el balón. Quiero al Diego que le cantaba Rodrigo, que en paz y en juerga descanse. ¿Por qué sabes una cosa Pelusa?, así como el fútbol empezó para mí en el 86, también acabó cuando te retiraste. No era la despedida del Pibe de Oro, sino que se le llamó la “Despedida del Fútbol”, se iba el fútbol en general y no sólo Maradona en particular; pues contigo se iba la magia, el deporte rey ya no sería igual. Y ahí estabas más gordo que nunca, más humano que nunca, llenando la Bombonera; y la Doce lloró y gritó hasta sangrar la garganta al verte con la camiseta de Boca. El loco Higuita te quería robar el show, pero la cancha era tuya. Yo estaba lejos y tampoco te pude ver en directo por TV aquella vez, pero me lo contó Jacobo, y también me contó que él y el Choclito lloraron al verte tan humano, tan vulnerable, tan Diego de la gente, cogiendo el micrófono y diciéndonos que ahí estabas tú, que eras simplemente Diego Armando Maradona, que cometías errores, demasiados errores, y sin embargo nos dijiste “que la pelota no se mancha”. Quédate hermano, que aún hay Diego de la gente para rato.


Por Eduardo Abusada Franco

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